Seré breve
esta noche porque mi tren a Bologna parte en una hora y ni siquiera he pagado la
cuenta del cappuccino que me he tomado; sin embargo, no quiero dejar pasar la
oportunidad para relatar la peripecia de mi pobre amigo desafortunado que pasó
hoy con su afecto de amor. Tan pronto como termino de hablar con ella me mando cientos
de mensajes sin poder parar ni respirar. La exageración fue tal que mi teléfono
se saturó y mejor le hice una llamada para apresurar las cosas. De la misma
forma que las anteriores ocasiones su voz era tan eufórica como esperanzada.
Daba
vueltas en círculos una y otra vez en la pequeña habitación donde me
encontraba, era como si quisiera sentir sus pasos de ella en la calle que
reconocía por su voz agitada. Nuestra conversación no habrá durado más de dos
minutos y francamente fue confusa, sin embargo el inicio como el fin siempre
fueron los mejores momentos. ¿Pero por
qué, por qué haces esto de nuevo? ¡Sabes que si llevas las cosas así , esto no te
llevará a ningún lado! Lo sé, pero de cualquier modo es imposible saber como se darán las cosas al final, ya que ni siquiera somos capaces de percibir las emociones de manera real. Entre las expresiones
emotivas y su verdadero significado hay un gran vacío. Supongamos un cuadro
romántico clásico de Caspar David Friedrich, tú que eres un amante del arte alemán
del Siglo XIX. Imaginemos el peñasco más profundo y entonces pongamos a estas
dos personas entre cada orilla del peñasco. Se gritan de un lado al otro, como
se mandan sentimientos todo el tiempo, pero al final solo llegan ecos de los
ecos. Las palabras se pierden ante este gran peñasco que absorbe cualquier tipo
de interpretación objetiva y clara. En aquél instante se condena el acto
comunicativo real y se empieza el viaje hacia la nada. Una y otra vez hemos
platicado de lo mismo. Una y otra vez hemos platicado de lo contrario. Es como
aquél martes cuando tomaste un café tan
cerca de ella y al llegar a tu casa escribiste un bello poema sobre lo que te
provocó admirar por primera vez sus pestañas delicadas, doradas como su
cabello, dulces como lo tierno de su corazón. Y veme ahora, estoy
reproduciendo tu poema tan cursi con
otras palabras que pierden lógica. Sin embargo, de su sonrisa al despedirse, al
saludarte, de esa jamás te olvidas. De esa jamás debes olvidarte, mi querido
amigo.
Mi tren llega, dejaré
pagada la cuenta con 30 centavos de propina. Italia pronto.