miércoles, 14 de enero de 2015

Tren a Italia.

Seré breve esta noche porque mi tren a Bologna parte en una hora y ni siquiera he pagado la cuenta del cappuccino que me he tomado; sin embargo, no quiero dejar pasar la oportunidad para relatar la peripecia de mi pobre amigo desafortunado que pasó hoy con su afecto de amor. Tan pronto como termino de hablar con ella me mando cientos de mensajes sin poder parar ni respirar. La exageración fue tal que mi teléfono se saturó y mejor le hice una llamada para apresurar las cosas. De la misma forma que las anteriores ocasiones su voz era tan eufórica como esperanzada.

Daba vueltas en círculos una y otra vez en la pequeña habitación donde me encontraba, era como si quisiera sentir sus pasos de ella en la calle que reconocía por su voz agitada. Nuestra conversación no habrá durado más de dos minutos y francamente fue confusa, sin embargo el inicio como el fin siempre fueron los mejores momentos.  ¿Pero por qué, por qué haces esto de nuevo? ¡Sabes que si llevas las cosas así , esto no te llevará a ningún lado! Lo sé, pero de cualquier modo es imposible saber como se darán las cosas al final, ya que ni siquiera somos capaces de percibir las emociones de manera real. Entre las expresiones emotivas y su verdadero significado hay un gran vacío. Supongamos un cuadro romántico clásico de Caspar David Friedrich, tú que eres un amante del arte alemán del Siglo XIX. Imaginemos el peñasco más profundo y entonces pongamos a estas dos personas entre cada orilla del peñasco. Se gritan de un lado al otro, como se mandan sentimientos todo el tiempo, pero al final solo llegan ecos de los ecos. Las palabras se pierden ante este gran peñasco que absorbe cualquier tipo de interpretación objetiva y clara. En aquél instante se condena el acto comunicativo real y se empieza el viaje hacia la nada.  Una y otra vez hemos platicado de lo mismo. Una y otra vez hemos platicado de lo contrario. Es como aquél  martes cuando tomaste un café tan cerca de ella y al llegar a tu casa escribiste un bello poema sobre lo que te provocó admirar por primera vez sus pestañas delicadas, doradas como su cabello, dulces como lo tierno de su corazón. Y veme ahora, estoy reproduciendo  tu poema tan cursi con otras palabras que pierden lógica. Sin embargo, de su sonrisa al despedirse, al saludarte, de esa jamás te olvidas. De esa jamás debes olvidarte, mi querido amigo.


Mi tren llega, dejaré pagada la cuenta con 30 centavos de propina.  Italia pronto.